Toda ciudad por más grande o moderna que sea, tiene un barrio que es un pueblo, o un pueblo con cara de barrio anclado en el pasado, donde quedaron atrapados sus recuerdos. Gonzalo Molina Arrieta.................. Aquí podrás presentar alternativas, para proyectar una visión colectiva, común, compartida, que nos permita a todos encontrar una misión en ella. No importan el sitio donde estemos, ni la posición social, ideológica o política que tenemos, lo importante es que nos encontremos, en el diseño de un futuro próximo y digno para todos. Escríbeme a ecoatmosfera@gmail.com - Tel 300 225 41 42

domingo, 18 de noviembre de 2007

Mocarí en la obra de Antonio Mora Vélez

LA OCTAVA ESFERA
Antonio Mora Vélez

Más allá del horizonte visible desde La Tierra, la astronave "Kalamarí" del Centro Espacial "Tayrona" suspendía misteriosamente sus emisiones de radio. Atraída por la fuerza gravitatoria de Marte, había iniciado minutos antes el giro hacia su parte externa, que se decía ocultaba la presencia de una gran estación orbital extraterrestre. Los populares "ovnis" --que presuntamente salían de dicha estación-- eran en la imaginación de los comunicadores de entonces, el verdadero objetivo de la misión y no las moléculas fósiles detectadas por la "Explorer 5" en la región austral de "Hellas".

Desde la fecha de la tragedia en que perdió la vida el cosmonauta Yoshiro Takeba en las aguas del mar de Ojotsk, no se producía entre los terrícolas una tal expectación, un sentimiento de angustia por la suerte de una expedición interplanetaria. Pero esta vez la causa no era la frustración por no poder escuchar de viva voz, en los labios de Takeba, los detalles de su enfrentamiento con la "ameba" gigante que casi lo devora en las cercanías de Titán, sino la gran desilusión de no poder confirmar la existencia de la ciudad subterránea descrita por el vidente taoísta Samael Ort Issaí con ocasión de la pérdida de la sonda "Mars observer" en el 2020.

Después de la muerte de Takeba en ese año turbulento de la guerra del Pacífico, la Dirección Espacial de Sudamérica había decidido no enviar más tripulantes en misiones de exploración, y en su defecto reemplazar a los astronautas por robots adiestrados en las difíciles labores de recolección de fósiles y materiales de construcción, y del análisis de los mismos en las inhóspitas condiciones de los planetas exteriores.

En la moderna cosmonave "Kalamarí" --y casi que me atrevo a decir, al mando de ella-- iba el famoso robot Roby, construido a imagen y semejanza del diseñado para el filme "Forbidden planet" de 1956. El manejaba todo el complejo instrumental de la nave y los controles del sistema de investigación que tenía como misión descubrir la existencia de una civilización anterior en Marte y de la cual nosotros seríamos descendientes, herederos de los náufragos del espacio que llegaron a nuestra superficie luego del estallido del planeta situado en el cinturón de los asteroides.

Samael sabía, porque así lo había leído en la novela "Asentamiento en Sirio" escrita por su tío, que Marte bien pudo haber sido un enclave de la expedición de Dzhin que visitó este mundo por los tiempos en que la India era una gran isla a la deriva en el océano del sur. Y sabía también, porque conocía los libros de Danniken, que la Razón en La Tierra no es un hecho casual, ni tampoco consecuencia directa de la evolución sino una obra de ingeniería de los "dioses" (léase: extraterrestres) en los genes de nuestros antepasados primates. De modo que sí. Todo el orbe esperaba que las emisiones de la astronave caribeña levantaran el velo del misterio y que a los ojos de los hombres aparecieran las exóticas construcciones predichas por Samael Ort en su célebre entrevista radial de agosto del 2025 y en la que sostuvo que "Las casas marcianas tienen el techo en el lugar en donde las nuestras tienen el piso. ¡Y no crecen hacia arriba sino hacia abajo!".

La nave "Kalamarí" había perdido todo contacto con el Centro Espacial y otra vez, igual que veinte años atrás, la televisión Amat especulaba con el tema de su destrucción por una brigada marciana de defensa. No era, no podía ser casual --decía el periodista-- que varias expediciones se hubiesen perdido justo al pasar por el mismo sitio, como si en ese lado del planeta rojo existiese una base militar que defendía su tranquilidad.

En la sala de comunicaciones del Centro --cuatro paredes llenas de botones, diales, clavijas y foquitos de todos los colores-- los ingenieros hacían esfuerzos por lograr la reconexión, convencidos de que se trataba de una avería en el módulo de energía o una imperfección en algunas de las persianas térmicas de la nave. En la cabina de mando de la "Kalamarí", Roby se rascaba su brillante cabeza de acerilio y se preguntaba qué le había pasado a La Tierra que no le contestaba. Entretanto, la astronave viajaba por un silencio negro que era como un viaducto de entrada a otro mundo carente de luz. ""Según mis sensores estoy y no estoy en órbita alrededor de Marte", dijo para sí. Miró hacia el cenit y no vio el enjambre de estrellas de nuestro firmamento, ni la sinfonía rítmica de los anillos de Saturno, ni la imagen brumosa de La Tierra, y pensó que había sido capturado por un agujero de gusano que pelechaba en esa zona del cosmos.

Durante mucho tiempo la ciencia ficción estimuló la fantasía con el tema de los "mundos paralelos" y puso a vivir en varios de ellos a los mismos personajes pero en otras circunstancias y relaciones. Años después la llamada "Teoría de Cuerdas" comprobaría que, además de las cuatro dimensiones de nuestro universo, existen veintiséis más y que es posible que existan mundos de cinco y más dimensiones. El taoísmo de Samael Ort, por su parte, confirmó que el espíritu del hombre no es otra cosa que energía sutil con una frecuencia de los dos trillones de hertzios y que Dios no es más que la suma de todas las energías y dimensiones del Metauniverso, tal y como lo sostuviera Giordano Bruno frente al joven matemático Galileo Galilei, una tarde de febrero de 1593 en la librería veneciana de Andrea Morosini.

Roby ignoraba todo aquello porque había sido programado para enfrentar las contingencias de un viaje de rutina al vecino rojo y por ello, frente al inesperado viaducto negro, se dejó llevar como barquillo de papel por el agua de una acequia. En cambio el cosmólogo Joseph Serrano sí lo sabía. Profundo conocedor de la Cábala y consultor permanente del libro "Estancia de Dzyan" (traducción del senzar hecha por Madame Blavatsky) Serrano aseguraba que la nave había encontrado un agujero de Guth y que se dirigía por él a otro universo compuesto de materia con más de cuatro dimensiones.

Roby no podía dar crédito a lo que sus ojos electrónicos miraban. En algún lugar de ese nuevo cosmos encontró un planeta gaseoso que cambiaba de forma azarosamente y que albergaba unos seres burbujas que se estiraban como hilos de energía cuando se movilizaban y que actuaban como ordenadores de la masa restante. En uno de los astros más parecidos a La Tierra, Roby se maravilló con sus paisajes, idénticos a los pintados por Dalí y el Bosco. En otro cuerpo con atmósfera, conoció unos seres inteligentes de apariencia ovoide que dormían colgados en nidos luminosos que se columpiaban en las ramas de unos árboles fantásticos que cambiaban de sitio y que simulaban hablar con la ayuda del viento. Y comprobó también, al posarse sobre un asteroide enojado, que los escritores de ciencia ficción poseen el don de la clarividencia, ya que el asteroide lo rechazó con los movimientos de su epidermis de silicio y las erupciones de grafito líquido de sus pequeños volcanes, tal y como les ocurrió a los cosmonautas del crucero estatocolector "Sinú" en la novela "Asentamiento en Sirio" arriba citada. Pero nada pudo hacer para comunicar su asombro a los ingenieros del Centro Espacial "Tayrona". La nave estelar "Kalamarí" --entretanto-- atravesaba los predios de otro universo y se aprestaba a viajar, utilizando otro agujero de ese espacio cada vez más retorcido, a la tercera esfera, la que ya sabía estaba compuesta de materia con cinco dimensiones.

Los años cubrieron con una capa de olvido la pérdida de la cosmonave colombiana en los cielos de Marte. La Tierra avanzó en la dirección de la "Tabla periódica de la historia" descubierta por Boris Cristoff y vivía en la era de Thal, el "Mesías electrónico". Nada escapaba a la voluntad y al control de éste, ni siquiera el sexo. Los hombres dependían de Thal y no tenían sino que plantearle un problema que él, con su sapiencia y su espíritu de padre recto y justo, se encargaba de resolverlo. Pero había problemas y problemas. Del mismo modo que en las llamadas "sociedades cerradas" de los siglos XV y XX, a Thal no le gustaban las interpretaciones científicas que ponían en tela de juicio su poder y su infalibilidad.

Una noche lluviosa de octubre del año 2l56, J. J. Roy, un ingeniero mental del Zenú, trabajaba en su laboratorio de Montería con la mente fija en las inmensidades cósmicas. El y sus colegas de investigación de la Academia "Ron Hubbard" de Mocarí, orientaban la antena del sicoscopio hacia la región de Pegasso en el firmamento. Al cabo de varios minutos de barrido por todas las frecuencias, el poderoso receptor de ondas mentales cósmicas produjo el sonido indicador de encuentro. Un eco distante se hizo entendible y produjo un salto de alegría en todos los científicos que estaban esa noche en el laboratorio, entre ellos el ya citado Joseph Serrano y el astrobiólogo Galo Velázquez. El eco se convirtió pronto en voz humana, una voz metálica que salía de los labios de J. J. y que habló así a los demás:

"Soy Roby, el comandante de la nave interplanetaria "Kalamarí" de La Tierra. Estoy atravesando la octava esfera y no alcanzo a divisar otra imagen distinta a la de la luz que copa todo el espacio. Nada hay aquí que recuerde al Hombre y sin embargo lo siento; es como si su pensamiento me cubriera todo el cuerpo y entre él y la luz que me rodea no existiera separación ni diferencia. Se me ha informado que aquí, en esta cámara de entrada a la morada del Absoluto, reside Cibeles-Maya, el alma del mundo, y que el último cruce de gusano me llevará a la fusión con la energía en estado puro, vale decir, con Dios..."

Montería/Sincelejo, 1993
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LOS EJECUTORES
Por Antonio Mora Vélez
Aquella era una noche fría de saturnal, el mes de las lluvias, con un cielo encapotado que no permitía ver la luz de la luna.
Las calles estaban solas y las pantallas del alumbrado languidecían misteriosamente, como si la energía hubiera optado por el atajo de Carnot y se perdiera en ese impreciso lugar en donde el fuego se libera de sus alas para retomar el ciclo.
Me disponía a salir de una taberna del tipo alemán situada en el populoso sector de Mocari. Había estado allí en la agradable compañía de mis amigos de tertulia. Durante horas y horas habíamos hablado de política, de mujeres, de rones, de las últimas decisiones de Mutltivac. Y la conversación giraba y giraba, alrededor de uno y otro tema, y a los oídos de cualquier parroquiano de siglo XXII era como si nada hubiera cambiado sobre la faz del Caribe después del Gran Salto.
Nabo y Castillejo, mis eternos compañeros de farra, habían consumido quince sifones de cerveza rubia con pitillos enervantes. Yo, en cambio, por el temor de mi Gota, apenas si ingerí un par de wiskys dobles en la roca que el barman muy gentilmente accedió a venderme no obstante las restricciones del día ordenadas por la sección etílica de Multivac.

Yo estaba aburrido, es lo que quiero decir, de modo que no hay razón alguna para atribuirle al alcohol la procedencia de todo mi dicho, de lo que mis ojos vieron esa noche después de la juerga. Juro que es tan verdad como la luz que ahora contemplo en esta hermosa terraza de plasma cósmico que me hace recordar los viejos tiempos de mi estancia en Tierra Santa, de cuando era un principiante en comunicación social y jugaba con las palabras de la jerga en la elaboración de intrincados poemas matemáticos que ni yo mismo lograba descifrar.

Salí como a las doce y cuarto de la taberna, solo. Castillejo trató de detenerme con su verbo y con esa prosopopeya tan suya pero tan ostensiblemente impostada, diciéndome que no habíamos terminado el tema de los decibeles ónticos, pero yo lo despedí cortésmente, haciéndole un gracejo con su estilo de antiguo lord inglés pero vestido de hojalata, y apelando a mis conocidos achaques articulares.
Intenté tomar un troley pero la hora no era la más apropiada y me decidí entonces por un robotaxi que pasó justo a los diez minutos de la espera. Lo abordé y le dije mi dirección de llegada. Su cerebro prodigioso me respondió que tendría que hacer un ligero rodeo antes de llegar ya que se había producido un crimen por el sector y varias calles se encontraban interceptadas.
-- Muy bien, como usted ordene -le contesté-. El vehículo inició la marcha por el carril interior de la autopista y yo me recosté en el espaldar de la butaca, intentando dormir durante el recorrido.
Eran ya las doce y media de la madrugada del sábado, hora en la que, según los noticieros breves, salían a cumplir con su oficio los llamados ejecutores del tiempo, los correctores de la historia que anticipara genialmente Isaac Asimov en su polémico "Fin de la eternidad", a fines del milenio anterior.Tal vez por esa circunstancia las calles se hallaban más solitarias que de costumbre.
Nunca se sabía en qué lugar y hora exacta de esa franja de la madrugada, podía aparecer un auto fantasma con un grupo de ejecutores dentro. Para ellos, que duda cabe, todo noctámbulo era potencialmente un candidato a la dulce muerte de los dardos de luz disparados como si fueran sencillas proyecciones de cine digital.
El auto cibernético avanzaba raudo por la avenida de Los Fundadores, conmigo en su interior totalmente despreocupado de la ciudad. La suave brisa de las primeras horas despeinaba ligeramente el perfil del sector.
La avenida y sus alrededores parecían un cuadro fugaz de Piescarollo, el maestro de la nueva pintura vibrátil. Yo me sumergía en el recuerdo de mis noches de bohemia en "La nueva Ola", de cuando era un simple perifoneador de comerciales en la Radio Ambiental. El tablero de mando del robotaxi ejecutaba un sonata de colores alternados que yo miré de reojo simplemente.

A la altura de la calle 681 el cerebro del auto me dijo, alzando la voz para volverme en mí: "Viene un carro fantasma por la autopista paralela!". Yo abrí los ojos y me acerqué a la ventana izquierda para observarlo.
El robotaxi siguió su marcha normalmente. Yo permanecía adherido al vidrio, contemplando el raudo desplazamiento del auto fantasma.
Era algo que no podía dejar de hacer; se trataba de un grupo de ejecutores y siempre quise verlos en acción. Al pasar casi frente a mí pude observar que uno de los ejecutores disparaba un flash en dirección nuestra. La luz arropó mi rostro durante una fracción de segundo y yo me sentí en el instante feto, niño, joven, adulto, en sucesión fantástica, como si mi vida se hubiera repetido en un filme que me era introproyectado siónicamente.

El robotaxi me dijo entonces: "No cabe discusión, se trata de un equipo de ejecutores en plena acción. Yo mismo le he sentido"

-¿Sigámosle!- le ordené. El auto titubeó, lo cual quiere decir, en términos de cibermecánica, que aceleró y desaceleró en forma imprecisa. Al tomar la curva de unión de las dos autopistas casi nos chocamos con uno de los postes de oxígeno de la entrevía. Después de recobrado el control, el parlante del carro me dijo: "Está usted seguro de lo que me pide?"

- Por supuesto que sí! -le contesté- Soy periodista y no puedo perder esta oportunidad de cubrir una ejecución. Que tal que sea un ajuste histórico. Podré anunciarle al mundo del futuro que una posible línea de desarrollo queda borrada de la lista… A veces creo que las aparentes contingencias de la historia se deben a este tipo de ajustes y no a la simple casualidad.

La razón estaría de parte de Demócrito, después de tantos siglos!…
Demócrito? O era tal vez Heráclito?Se inició entonces la persecución.

De no haber sido por el mismo carro fantasma, le hubiera resultado imposible a mi robotaxi darle alcance. Pero el vehículo de los ejecutores se detuvo unos cuantos kilómetros adelante, enfrente de lo que parecía ser un viejo motel abandonado.Cuando llegamos -mi auto y yo- vimos que los dos ejecutores, vestidos como se decía que vestían, esto es, con buzos plateados y con cascos brillantes, tocaban la puerta del edificio mientras se ajustaban las viseras. Al menos eso me pareció Eso creí.

El robotaxi se acercó al lugar de estacionamiento del carro fantasma. Se detuvo y yo me bajé lentamente, con la precaución vista en las dos figuras, en eso dos viajeros del tiempo que estaban a punto de introducir una ligera variación en la historia. O tal vez un cambio radical! De ellos se sabía -de tiempo atrás- por la literatura. ¡Fantasías!, decían muchos. Lo que jamás se pensó fue que verlos en acción se convertiría, con el correr de los siglos, en una de las más emocionantes aventuras de la información. Ni siquiera Asimov pudo imaginar que para ser ejecutor había que reunir un mundo sin par de condiciones; estar a prueba de rectificaciones, sin resquicio alguno por donde pudiera penetrar el enjuiciamiento rigurosamente lógico de los Ordenadores. Como si dijéramos: ¡Un ejecutor jamás podía ser ejecutado!

Y yo estaba allí, delicioso privilegio, observándolos en el preludio de una ejecución que no sabría si calificar de sublime o justiciera, pero que era a todas luces necesaria, si los Ordenadores, esos sabios inmensos del siglo XXX, lo habían decidido así en beneficio de la estirpe humana.
Era una especie de cirugía para extirpar un tejido malo que no convenía al desarrollo armónico del cuerpo, había dicho alguna vez en uno de mis informes de referencia. Y los ejecutores no fallaban. Jamás se equivocaban. Por eso la historia del siglo XXX transcurría sin perturbaciones. Toda fuente de perturbación era ejecutada, extirpada, antes de que pudieran estabilizarse sus secuelas, ¡Así de sencillo y de maravilloso!

Avancé unos pasos con mi tarjeta de informador en alto. "Soy periodista", dije en voz alta. Los ejecutores me miraron serios y uno de ellos blandió su espada de luz y la puso en dirección mía. "Te esperábamos", me respondió.

Un corrientazo cruzó por mi cuerpo en todas direcciones y yo quedé paralizado, impávido, con el temor a la muerte sembrado en mis ojos y la vista fija en las dos figuras de plateado que me observaban serenos, sin el menor asomo de impaciencia o dubitación en sus rostros y cuerpos.-¿A mí?- les pregunté, todavía con la esperanza de que me estuvieran jugando una broma para castigar mi osadía de reportero.

--Hemos estudiando tu prontuario y estamos seguros de que eres la persona que buscamos ¿Tú te llamas Marcos Antonio?
--Sí - les contesté.--¿Y estamos en el siglo XXXII?
- interrogó el otro.-Exactamente!- le dije
.--Entonces eres la persona que buscamos. El dictado retrospectivo de tus líneas vitales así lo indican…Recordé al instante el flash que me encegueció minutos antes y que me hizo sentir feto, niño, joven y adulto al borde de la muerte, en sucesión rápida del pensamiento.
--¿Qué es lo que mis descendientes han hecho o intentado hacer en el siglo de ustedes?- les pregunté.
--Nada. No hicieron nada que valiera la pena. Justamente por eso los Ordenadores creyeron necesaria tu eliminación en el programa de proyecciones de este siglo hacia el futuro.
Al no implicar cambios progresivos, tu existencia se convierte, aún en tu presente, en superflua.

Yo guardé silencio entonces y esperé la acción. El robotaxi seguía las palabras de los viajeros del tiempo desde su lugar de estacionamiento. Y desde allí pudo ver el rayo de luz que acabó con mi vida. Dijo entonces para sí: "Los ejecutores jamás fallan. Los ejecutores jamás se equivocan".
(c) Antonio Mora Vélez , Montería, abril 25 de 1985.

LA PIEDRA DE CUASI ORO
Por Antonio Mora Vélez

Juan Cerro, cadete de servicios de la compañía latina de recolección de escombros espaciales, se dirigía ese día, como de costumbre, a su hotel de vacaciones de Coveñas. Conducía su aerodinámico autojet marca "Zenú" por la espaciosa y arborizada autopista de la costa Caribe. Lo acompañaba su hermosa mujer de nombre Dora, inteligente secretaria ejecutiva en una importante empresa de cosméticos.

Esa mañana caía sobre la costa un sol pleno que resaltaba la belleza natural del paisaje. La autopista estaba ese día más despejada, tal vez porque el puente vacacional había comenzado el día anterior. A Cerro le gustaba devorar las distancias de las carreteras, como si en lugar de conducir el sencillo convertible de dos puestos piloteara una nave espacial recolectora.

Apenas un par de horas antes se había encontrado con Dora en el helipuerto. Ella acababa de salir de su oficina con la tarjeta de vacaciones en el bolso y a él le quedaban pocas horas disponibles de licencia ya que debía reportarse al cosmódromo de Ciudad Tayrona a más tardar el miércoles próximo. Conversaban animadamente, no obstante la velocidad. Dora le tocó el tema de los escombros espaciales y la ecología y Juan se quedó callado, con la atención fija en la máquina y en la vía, mientras la brisa continuaba peinando el paisaje y los cabellos de Dora, y a lo lejos un pelícano se lanzaba en picada sobre las aguas mansas del golfo

__¿Por qué tan preocupado? __le preguntó Dora. Se arregló entonces el cabello con ese gesto femenino y la expresión coqueta que la caracterizaban __¿Acaso por el vuelo del jueves?

Juan pensó un instante antes de responderle. Desde que se enroló en la compañía de aseo espacial, jamás había tenido que recurrir a los mecanismos de emergencia del lanchón X-82l, astronave en la que trabajaba desde su vinculación al servicio. Todas sus jornadas de recolección terminaban con una buena colección de clavijas, tornillos, fragmentos de toberas y otras piezas más de basura orbital.En la ruta hizo su aparición la curva de los cocoteros que anunciaba la proximidad del balneario. Juan disminuyó la velocidad a ochenta.
__No es el viaje lo que me preocupa __le respondió. Había pasado la curva y entrado en la parte de asfalto del trayecto. El sol caía casi verticalmente y la carretera negra parecía karma pero en trance de fundición.
__Entonces ¿Qué es?
__insistió Dora.
__Son unos fragmentos extraños que han sido descubiertos por los físicos del servicio. Parecen haber sido fundidos en la misma órbita, lo cual resulta un enigma.El automóvil llegó al balneario y Juan lo detuvo enfrente del hotel.


II
Chinguíz descubrió la piedra en un solar repleto de trastos inservibles. Jugaba con un par de amiguitos a la prenda exótica. No era difícil encontrar en los solares de desperdicio artefactos inverosímiles. Desde que la técnica impuso el "úselo y bótelo", aumentó el número de objetos raros en los solares. Allí los niños podían encontrar, con una buena dosis de imaginación adicional, cápsulas espaciales, misiles, pistolas de rayos, rockets y demás elementos que les servían para armar la trama de sus juegos.

__¡Miren! ¡Miren! --gritó Chinguíz-- ¡Gané yo!...Esto no me lo superan ustedes__ Había encontrado una gema de contextura terrosa, de color amarillento y de consistencia cuasimetálica, con planos y aristas; una especie de oro a medio formar, con persistencia de impurezas silíceas.

__¡Uaaooo! __gritaron a coro los demás niños. "Eso debe valer mucho dinero", anotó uno de ellos. "Llévaselo a tu papá. El debe saber para qué sirve" le recomendó otro.

Chinguíz titubeó. Dudaba un poco de la importancia de su piedra y estimó por un instante que sus amiguitos se pasaban de aspaventeros. Pero esa primera impresión le pasó bien pronto. Uno de los niños le hizo notar que la piedra vibraba y Chinguíz sintió, al cogerla, como si una corriente eléctrica de poco voltaje le pasara por sus manos pequeñas.

III

En el populoso sector de Mocarí de la hermosa capital sinuana, en predios del centro universitario de recreaciones "Ramiro Bustamante", un grupo de estudiantes de último año de la facultad de Ciencias discutía con su profesor de tesis los últimos detalles del experimento que proyectaban realizar en Isla Fuerte y con el cual aspiraban a demostrar que es posible enlazar y domar un ciclón como si fuera un caballo de raza. "Es un simple problema de polarización de campos", decía Mirna, la hermosa trigueña encargada de la parte física del trabajo. Esa tarde habían definido todos los pasos del programa de viaje.

A la mañana siguiente, bien temprano, abordaron en "Los Garzones" el helicóptero que los llevaría a la isla, previa escala en el balneario de Moñitos. Durante el vuelo pudieron contemplar el complejo turístico de Broqueles y la comba de la ensenada de Moñitos, que era como un abanico azul ensamblado en la alfombra verde que semejaba el continente.

Al descender en el helipuerto del balneario, una hermosa periodista de "Córdoba hoy" interrogó a Mirna sobre los fines y perspectivas del experimento. "¿Es posible lograr eso que ustedes dicen?", le preguntó.
__Se trata de lo siguiente --le contestó Mirna-- Todo movimiento genera un campo gravitatorio a su alrededor. Los ciclones y huracanes son un efecto de cortes en la masa de aire producidos por el movimiento de una corriente de diferente temperatura. La masa ciclónica genera un campo que la sostiene y la conduce. Nosotros pensamos que es posible generarle un anticampo que la desvíe y que, incluso, la disemine. Es todo".
__¡Vamos! ¡Vamos! __apuró Williams, otro de los estudiantes-- Tenemos que instalar la antena antes de que el huracán pase por las islas de San Bernardo.

IV

El lanchón X-821 orbitaba La Tierra a la altura de los 850 kilómetros. Esa era la zona más peligrosa de recolección por la abundancia de artefactos y desechos de las primeras astronaves soviéticas y norteamericanas. Desde el mirador Cerro contemplaba el enjambre de piezas sueltas que seguían la ruta de la gravitación en un orden tan meticuloso que parecía obedecer a los dictados de alguien que se ajustaba a una melodiosa partitura.

Muy a pesar de las juiciosas observaciones del comandante anterior del planchón, en el sentido de que a lo largo y ancho del cinturón de desperdicios del kilómetro 850 existían huellas de una conflagración, el actual comandante había decidido permanecer por más tiempo en la órbita para tratar de recoger el mayor número posible de fragmentos de material dorado, como el encontrado por Chinguíz.

Cerro y su equipo habían logrado hacerse a varios fragmentos utilizando el brazo recolector del planchón. Cuando ya estaban a punto de terminar la jornada, surgió en el infinito un punto luminoso que asumió la condición de haz en desplazamiento parabólico y que apareció de pronto, sin rastro alguno de explosión, como si emergiera de la nada o simplemente perforara el telón limítrofe de este universo. El comandante ordenó enseguida asumir los puestos de navegación en el segundo grado de alerta, el abandono de la órbita y el posterior retorno a la estación espacial Cosmos II, el sitio de aprovisionamiento de las astronaves latinoamericanas.

__Parece como si saliera de alguna de las estrellas del cúmulo de Boyero, y lo más curioso, se agranda en forma progresiva __dijo.

El lanchón recolector se dirigía a la estación espacial y Cerro, asomado por una de las escotillas, creía ver la línea divisoria del universo.

V

Chinguíz y su padre habían ido a la universidad con el fin de mostrarle al profesor de geología la misteriosa piedra. Este los recibió en uno de los cubículos de la primera sede. "Creo que se trata de cuasioro. Hace un par de años supe de un pedazo más grande que fue encontrado en órbita por uno de los lanchones recogedores de basura tecnológica. Los peritos, por desgracia, guardaron silencio y nos quedaron debiendo el dictamen. Desde entonces las especulaciones acerca de las emisiones de ondas fuertes en la frecuencia del agua y de la acción conversa de los rayos cósmicos detectados en Arecibo. Hasta se ha dicho que alguien, en un cúmulo estelar situado a 10.6 años luz, nos envía señales", les dijo.

Del cubículo pasaron al laboratorio. En él, el viejo profesor de Geología colocó la piedra en el platillo del analizador fotónico. Oprimió un botón que inició un concierto de luces que al niño le pareció de fantasía porque lo transportaba imaginariamente al interior de una astronave ulterlumínica en viaje por los espacios siderales. Una vez terminado el proceso de análisis, el profesor leyó en la pantalla. Luego les dijo a sus visitantes: "Es cuasi oro, como les había dicho. Para ser más exacto es una aleación desconocida producida por una fuerza también desconocida". El profesor miró entonces a Chinguíz y le preguntó: "¿Dónde me dijiste que habías encontrado este fragmento?.

VI

Mientras el lanchón X-821 retornaba a su estación orbital y Chinguíz y su padre lo hacían a su casa, inconformes con el concepto del profesor, una nave crucero de la Fuerza Caribeña del Espacio ascendía majestuosamente a la órbita de los interrogantes. Su comandante estaba al tanto del viaje y accidentes del lanchón recolector de basuras y sabía que lo encontraría en algún recodo de ese camino peligroso de desperdicios en que se había convertido la tan mentada órbita. Tal vez por esa actitud escrutadora pudo contemplar también la división del firmamento en dos inmensas tapas negras, como si una navaja de los dioses lo hubiera partido en dos. "¿Habrán detectado esto los tripulantes del planchón?", se preguntó. Ordenó entonces a los ingenieros de comunicaciones la conexión radial. Estos, sin demora, iniciaron el barrido de frecuencias y la lectura del llamado. " Llamando al X-821. Llamando al X-821" repetía a intervalos cada vez menores el comunicador del crucero. Un concierto de murmullos metálicos y de gorjeos como de aves canoras, ese sonido peculiar del cosmos que parece confirmar a Pitágoras con su tesis de la música de las esferas, fue todo lo que recibieron como respuesta.

A esa misma hora, en Coveñas, Dora se despertaba con los nervios de punta y la imagen de Juan sembrada en el recuerdo del sueño. Lo había visto inicialmente en sus labores de rutina, recogiendo antenas, alerones, toberas y tableros de diferentes tamaños, pero poco después dividido en dos por un rayo de luz que venía del espacio exterior.

VII

En Isla Fuerte, luego de instalarse en el apartahotel, los cuatro estudiantes y el director de tesis se disponían a iniciar el montaje de la estación de ondas furkianas. El cielo estaba encapotado y a lo lejos, en el horizonte del Caribe, los vientos sacudían la epidermis del océano. El director de tesis comentó figuradamente que era como si Neptuno cabalgara colérico sobre un corcel de aguas violentas. A Max, el meteorólogo del grupo, le pareció que esa oscuridad en movimiento era un buen presagio para el experimento.

__El huracán se acerca __anotó Mirna__ Y sigue la ruta prevista por el satélite.
__Ojalá no se desvíe mayor cosa __agregó el profesor.

En Coveñas, Dora tomaba el teléfono rojo que la comunicaba con la estación orbital. El sueño de la noche anterior la tenía preocupada. Dora era muy sensible y poseía una imaginación que la hubiera conducido a la fama literaria si hubiera elegido esa carrera.

A los pocos minutos escuchó la señal de contacto y luego la voz de la joven del conmutador. Dora introdujo su tarjeta en el aparato y casi al instante preguntó por Juan. "Acaba de llegar en el lanchón --le contestó la operadora-- Pero en estos momentos se encuentra informando al comando sobre la experiencia del rayo detectado". Dora apeló a su condición de mujer de un astronauta de servicios, con derecho a comunicarse con él después de cada misión. "Es urgente, señorita", le dijo a la recepcionista. La operadora procedió entonces a establecer la comunicación.

__¡Aló!...sí, soy yo, amor ¿cómo estás? __dijo Cerro una vez escuchó las palabras atropelladas de su esposa. Esta no lo dejó articular frase alguna y le informó enseguida los detalles del sueño. "Me preocupa tu trabajo en la órbita de los 850 kilómetros", le dijo finalmente.

Cerro vio en su pensamiento el rayo llegando a él, al lanchón, y su cuerpo convertido en tea flotando en el frío del espacio.

VIII

Los tripulantes del crucero fueron los primeros en dar la alarma. El rayo se dirigía hacia nuestro sistema solar, venciendo las distancias a una velocidad taquiónica. En La Tierra, a partir de esa noticia, todo giró en torno a la espera. Al habitante común le parecía tan distante y completamente ajeno a su rutina el malhadado rayo y sin embargo estaba tan cerca de ocasionar una catástrofe. Los hombres inventariaban su pasado y ponían al día sus ilusiones.

Finalmente, siete días después de su descubrimiento, el rayo llegó a las puertas de nuestro sistema solar y describió una curva que hizo pensar a los científicos que se perdería en otros confines del espacio. Pero esa esperanza duró poco. El rayo retomó la ruta, buscó nuevamente el rostro de nuestro mundo y se metió en el vórtice de la magnetosfera terrestre.

En un pequeño solar de barriada varios niños jugaban a la prenda exótica. El crucero estaba ya a la altura de la órbita de los desperdicios y el huracán Klaus destruía los manglares de Tinajones. El comandante de la astronave mantenía la vista fija en la zona del firmamento desde donde emergía la línea de fuego, blanca como un chorro de leche pero con un sabor amargo porque significaba el posible límite en el tiempo de nuestra civilización, del mismo modo que el desprendimiento de la segunda luna lo fue de la anterior.Cerro, desde su cubículo en la estación orbital, y el comandante del crucero desde su cabina de comando, vieron cruzar el rayo por la amplia zona del kilómetro 850 y quemar varios de los desperdicios, fundiéndolos en una masa amarilla y brillante que se fragmentó en todas direcciones, uno de cuyos pedazos cayó en el solar de juego de Chinguíz y sus amigos. El profesor y sus alumnos vieron también caer el rayo, preciso en el vórtice del huracán, segundos después de haber ellos generado en esa misma dirección el paquete completo de ondas furkianas con el cual esperaban destruirlo. Después se extasiarían de asombro al contemplar el famoso huracán convertido en suave brisa mañanera.

__¡Triunfamos!--gritó Mirna, entusiasmada.Todos brincaban de alegría y se besaban, felicitándose por el éxito. Apenas el profesor se mostraba parco en sus expresiones. Pensaba que todo no se podía atribuir a las ondas furkianas y que sus estudiantes debían repetir el experimento para borrar las dudas.

__¡Miren! --gritó el niño Chinguíz-- ¡Otra piedra de cuasi oro! Pero debe estar al rojo porque aún humea y la yerba a su alrededor está chamuscada.(c)

Antonio Mora Vélez. Montería, 1.985
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